miércoles, 2 de mayo de 2012

Pausa

A veces me detengo. Me detengo y pienso. Pienso en lo que tengo, en las cosas que pasaron durante un tiempo. Cuando lo hago me doy cuenta de que vivimos, a veces, por inercia. Con la cabeza tan en el futuro que nos olvidamos de vivir, de sentir, el presente. Me detuve y, de repente, lo sentí. Estos últimos meses pasaron sin que me de cuenta siquiera. Y, sin embargo, fueron unos de los meses más destacables de mi existencia. De repente sentí el peso de la pérdida, la necesidad de retener a alguien o, aunque sea, un recuerdo, por más tiempo. De repente sentí miedo ante todo lo que venía haciendo y sus consecuencias en mi futuro. De repente, y por sobre todas las cosas, sentí amor. Sentí a la persona que me sacudió el mundo estos meses, sentí el amor que, sin darme cuenta, fue apareciendo a lo largo de estos meses. Sentí como mi vida fue cambiando y cambia, constantemente. A veces detenerse a pensar puede revivir viejos miedos, inseguridades, dolores. Dolores que quizás surgen más fuertes que nunca antes y que aún no son más fuertes que los que vendrán. Pero son cosas que necesitamos, de todas maneras, superar. Detenerse y pensar.

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