sábado, 20 de junio de 2009

Dreaming is free

Nueva noche, nuevo lugar. Mmm, ¿qué sería? Quizás un atardecer en una playa alejada, o quizás un amanecer en la cima de una montaña. Está vez elegí la playa, una tarde de primavera en una playa remota, alejada de absolutamente todo, donde uno puede sentirse realmente solo, como si nadie más existiera. Un lugar en el que el tiempo ya no importa, el tiempo no existe.

Recostada allí, sobre la arena que tomaba la forma de mi cuerpo, con la mirada clavada el perfecto cielo azul, podía estar en paz, feliz.
Tan feliz que casi podía escuchar su voz que me llamaba. Más fuerte. Más fuerte. Hasta que perdió su apariencia de ilusión y se tornó real. Cuando levanté la cabeza, pude verlo allí, parado a menos de dos metros. Me puse de pié, le sonreí y me acerqué lentamente (como en las películas románticas). Cuando estabamos lo suficientemente cerca, pude ver que el también sonreía. Ay! Esa sonrisa que me dejaba sin habla, que detenía mi respiración, que aceleraba mi corazón. Y me miraba, me miraba como nunca me había mirado. Y yo le devolvía la mirada, tan intensamente como podía. ¡Qué increible cómo sin palabras uno puede decir tanto! Tan solo fijando los ojos en el otro, sin apartarlos tan solo un segundo, nos animamos a decirnos te amo. Confesamos hasta el más profundo deseo de fundirnos y ser uno. Así, de nuevo como en las películas, lentamente nos acercamos, hasta que nuestras bocas se encontraron.