lunes, 28 de noviembre de 2011

Otras vidas

Y de repente me dí cuenta de que las historias de los libros, a veces, son verdad. Escuche las historias como si leyera las páginas de un libro de mediados del siglo pasado. Las aventuras de los personajes eran dignas de ser plasmadas en papel, y de hecho lo fueron, pero bajo otros nombres y en otros paisajes.

Sentí incluso una cierta envidia por haber vivido los libros, por existir palabras escritas para contar sus cuentos. Mi vida, moderna, fácil y cómoda, estaba lejos de ser contada en los libros. Quizás por eso tengo esos aires de trascender.

Historias de un pueblo, un pueblo que es un lugar y su gente. Un pueblo que sin uno de sus elementos, deja de ser. Un pueblo digno de ser mencionado, con sus personajes de apodos excéntricos, con sus escenarios tan imperfectos que son perfectos, con sus historias de amores, odios, con sus alegrías y sus dolores. Un pueblo en el que la muerte, alimentada por la ignorancia, vagaba por las calles, tanto como lo hace por estas.




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